lunes, 28 de noviembre de 2022

46- Los caramelos de la nona.

 


 

Mi abuela Teresa cocinaba muy bien y abundante, y aunque me costó al principio, aprendí a ser poco delicado a la hora de encontrar un pelo entre los canelones. También supe tolerar que me convidara un vaso de coca cola agarrándolo con tres dedos (el índice, el mayor y el anular)  sumergidos en el contenido del recipiente y los otros dos por afuera (el gordo y el meñique)  como si fuera una pinza. Incluso recuerdo en un principio haber separado algún vaso en especial para mí , pensando que no lo usaría para guardar sus dientes postizos. Pero me di cuenta de que a la nona le daba lo mismo usar cualquier vaso para eso así que desistí resignado y me acostumbré a naturalizarlo.

De todo esto que puede dar un poco de “asquito” como a mí alguna vez me pareció, puedo decir que en mí fue todo un aprendizaje, y lo agradezco muchísimo porque hoy por hoy como de todo y lo disfruto y no hago mariconeadas por más que encuentre un bicho o algo, lo separo y listo.

Igual nunca dejó de sorprenderme la nona. Una de las tantas tardes en las que le caía para tomar unos mates y comerle los bombones o caramelos o lo que tuviera… después de acompañarla para que se acostara a dormir la siesta me puse a ver tele y a comer muchos caramelos de dulce de leche.

Venía muy entretenido, caramelo por caramelo… hasta que me llamó la atención que, al abrir el envoltorio de uno, dentro del mismo, había otro envoltorio (¿?) no me preocupé demasiado en ese momento y como estaba con el tren de adicción a lo dulce desenvolví el segundo envoltorio y lo mandé a mi boca directo a ser masticado brevemente y englutido al instante. (debí sospechar que el segundo envoltorio estaba pegoteado al caramelo)

Al otro día, observé que mi abuela no masticaba los caramelos, los chupaba y si se cansaba los volvía a guardar en el envoltorio con dos papeles.

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